Casa Escudero - Antonio Jiménez Torrecillas
Las condiciones naturales y el privilegiado clima de Benidorm favorecieron su desarrollo turístico en la década de los años 70. Situado en la comarca de la Marina Baixa, donde todavía existe una población rural dedicada a la agricultura, este lugar es un espacio de contrastes. En sus tierras crecen algarrobos y almendros con la misma naturalidad que rascacielos ordenados en paratas. Cerca de éstos últimos, en las laderas que avanzan hacia la costa, se encuentran los antiguos terrenos de cultivo de la partida de Marchazo.
Un proyecto como éste invitaba a revisar el pasado inmediato del lugar y de sus gentes: tan sólo treinta años, y muy cerca todavía de unos orígenes que otorgan una importancia especial a los actos más cotidianos y los cargan de un agradable simbolismo, siempre apoyado aquí con las bondades de una naturaleza tranquila.
La vegetación configuró el mapa de partida sobre el cual disponer lo construido. El algarrobo centenario, un olivo, los pinos que crecieron silvestres.
Si hubiera sido por el arquitecto ni uno solo de los arbustos hubiera desaparecido. Y es que cada estancia ha sido vinculada a su exterior más inmediato, o mejor dicho, cada exterior ha sido dotado de un interior sereno y confortable. No se pretendía mucho más. El lugar se reconoce a sí mismo a través de sus masas vegetales. Ellas dan sentido a lo construido: un jardín habitado.
Es ahí donde se construyó esta casa. La familia Escudero Reche siempre disfrutó de su dimensión tradicional: el matrimonio, dos hijas, los amigos... Así que la casa que deseaban tenía que potenciar la vida en común sin olvidarse del carácter independiente de cada uno de ellos. Sus aficiones y modos de vida fueron modelando un esquema más emocional que funcional, un proyecto que sugería perfiles tan fértiles como la contemplación o la lectura, la reflexión o el diálogo, aspectos todos ellos más fáciles de encontrar en la intimidad de los territorios montañosos que en el bullicio de los playeros.
Un proyecto como éste invitaba a revisar el pasado inmediato del lugar y de sus gentes: tan sólo treinta años, y muy cerca todavía de unos orígenes que otorgan una importancia especial a los actos más cotidianos y los cargan de un agradable simbolismo, siempre apoyado aquí con las bondades de una naturaleza tranquila.
La vegetación configuró el mapa de partida sobre el cual disponer lo construido. El algarrobo centenario, un olivo, los pinos que crecieron silvestres.
Si hubiera sido por el arquitecto ni uno solo de los arbustos hubiera desaparecido. Y es que cada estancia ha sido vinculada a su exterior más inmediato, o mejor dicho, cada exterior ha sido dotado de un interior sereno y confortable. No se pretendía mucho más. El lugar se reconoce a sí mismo a través de sus masas vegetales. Ellas dan sentido a lo construido: un jardín habitado.
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