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Arquitectura del Paisaje: Un recorrido por la Estancia La Paz

Lujo serrano, la Estancia La Paz ostenta la distinción de cuando fuera propiedad del ex presidente Julio A. Roca. En Ascochinga, Córdoba, acoge a sus visitantes con una arquitectura y paisajismo deslumbrantes, y con la historia argentina a flor de piel.



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Como telón de fondo, el encomiable paisaje de Ascochinga: sierras que dibujan el horizonte y dan vida a un microclima prodigioso. Tal es la bienvenida que al viajero dispensa La Paz, a 60 kilómetros de la capital provincial y a 4 del centro de la localidad. Su nombre es una invitación a la pereza, un pasaporte a la belleza y, también, a la historia.




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Basta desempolvar algunos tomos vetustos para descubrir que alguna vez se llamó Corral de Piedra, un puesto de la estancia Santa Catalina, que en 1767 -cuando los jesuitas fueron expulsados de América- abarcaba más de 62.000 hectáreas. Más tarde fue el refugio predilecto de Tomás Funes, quien en 1830 construyó parte del casco actual y luego, con la esperanza de que el pacto de San José de Flores promoviera tranquilidad a la nación, la nombró La Paz. Acaso esta conciencia nacional fue la misma que impulsó a sus hijas, Elisa y Clara, a contraer matrimonio con dos futuros presidentes, Miguel Juárez Celman y Julio A. Roca, en 1872. Fue este último quien pasó largas temporadas en la estancia en compañía de su mujer, y quien convocó al paisajista francés Charles Thays para diseñar un maravilloso parque de 100 hectáreas -hoy son 70-. Por aquel entonces desfilaron por la estancia figuras de la talla de Sarmiento, Avellaneda, Pellegrini y Figueroa Alcorta. A la muerte del matrimonio, heredaron La Paz sus hijos.




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En 1994 la estancia fue vendida a capitales italianos. Luego pasó a manos de la familia de Alvear Castells Roca, y en 1997 fue adquirida -casi en ruinas-, por la familia Scarfía, quienes le devolvieron su estilo original y recuperaron su parque. Para ello trabajaron arduamente durante dos años, en base a antiguas fotografías y planos.








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Es gracias a esto que hoy, todo lo que Roca construyera sigue en pie: más de 2500 m2 cubiertos ataviados con muebles y objetos originales, muchos de los cuales se hallaban desperdigados por la zona y fueron rastreados merced a un diligente ánimo explorador. Entre ellas una colección de mates de época, en la que se destaca el personal del presidente, con un grabado del escudo nacional.





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Estampas de antaño Un portón de hierro y piedra -obra del arquitecto Alejandro Bustillo- antecede a una avenida de tipas centenarias, que presagia el atractivo del casco: un assemblage de criollo argentino y neoclásico italiano, en tonos blancos inmaculados y amarillos pálidos. Una vez en sus exquisitos salones, salas de estar y galería, se respira un aire elegante y refinado. En el interior, cada pieza remite a la esplendorosa época de esta finca señorial. Hoy son 23 las habitaciones que cobijan a los huéspedes, arropados por los velos inagotables de la memoria. La estrella es la suite que alguna vez perteneció a Roca, con living y baño espaciosos, y hasta un pasadizo secreto.





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El privilegiado entorno serrano se descubre en trekkings -a lo largo de los cuales se descubren morteros de los indios sanavirones que alguna vez habitaron el lugar-, cabalgatas guiadas, avistajes de aves, paseos en carruaje y bote, y pesca deportiva. Para chapuzones refrescantes, nada como la primera pileta olímpica de la provincia -encargada por Roca y hasta fines de la década del '30 de uso exclusivo para caballeros-, hoy enmarcada por árboles añosos. También está el spa: un santuario de placer con sauna turco y finlandés, duchas escocesas, piscina para hidromasajes, terapias de aroma y fango, y masajes de relajación. Las dos canchas de polo son las predilectas de los extranjeros, que llegan a La Paz para disfrutar del deporte del taco y la bocha, o acaso para adquirir alguno de los excelentes petisos criados y entrenados en la estancia.




El golf, por su parte, se practica en un green dentro del parque, que hasta la década del setenta albergaba 5 hoyos, o en el golf de Ascochinga. Por las noches, el salón comedor aloja cenas inolvidables.




Carnes de caza se degustan en compañía de los mejores vinos nacionales, escoltados por postres campestres para disfrutar a pura gula. En el lavadero, anteriormente granero además de una boutique de cueros y artesanías, pueden contemplarse cartas, fotografías de familia y discursos de Roca.




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Con la firma de Thays El parque de La Paz, de 70 hectáreas, constituye uno de sus mayores orgullos, que preserva el trazado de principios de siglo de Charles Thays, interrumpido sólo por bancos intermitentes, como para para dejarse enamorar por los distintos perfiles del casco y el paisaje. Se destaca un gran lago artificial, alimentado por acequias construidas por los jesuitas, los cuales toman sus aguas del río Ascochinga. Con 8 hectáreas de superficie, este espejo líquido fue realizado con mano de obra del lugar, utilizando palas de buey tiradas por mulas. Sobre el paredón de contención del lago se diseñó una majestuosa avenida de tipas -una de las especies favoritas del paisajista francés-, por la cual se transita hasta llegar a la casa principal.




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El recién llegado recibe una guía, un mapa de ruta con un detalle de las especies que allí se encuentran, que garantiza una exhaustiva odisea exploratoria. Thays optó por especies de Europa y América del norte, así como del norte argentino. Para ser transplantadas, las variedades exóticas, como el plátano, requirieron esmerados cuidados. Entre las especies típicas que éste utilizaba se cuentan los hoy centenarios robles, ceibos y nogales, tres de los cuales fueron plantados por Roca en 1888.




El otoño es, sin duda, una de las mejores estaciones para visitar La Paz. Entonces los amarillos, anaranjados y rojizos se apoderan del liquidambar, álamo carolino, ciprés calvo, tala, fresno americano, olmo, tilo, algarrobo, haya y Ginkgo biloba. Se suman los siempre verdes araucaria, Magnolia grandiflora, eucaliptus, cedro de atlas, achira y caña de ámbar, que emanan un perfume riquísimo. Nutrias, zorros de agua, patos, biguaes, loros, calandrias y zorzales criollos asoman entre los liquidámbares.




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Frente la capilla, construida hace dos años con reminiscencias jesuitas y estilo moderno, se plantaron robles, olivos y agaves. El toque escultórico lo aporta un imponente timbó u oreja de negro, de aproximadamente 200 años, cuyo tronco seco de color gris es una obra de arte en sí misma, merced a la acertadísima decisión de dejarlo en pie. Cruzando los límites del parque se realizan actividades de agricultura -1000 hectáreas de siembra directa de trigo, soja y maíz- y ganadería -800 hectáreas destinadas al engorde de animales vacunos y a la cabaña de toros Aberdeen Angus-.




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Las tareas de mantenimiento del parque, a cargo de uno de los viveros más importantes del norte de Córdoba -comandado por Nora Romanutti-, son dedicadas y permanentes, de acuerdo a la estación. El otoño marca el tiempo de la resiembra, limpieza y emprolijamiento. El viento acaricia la superficie del lago y mece el follaje de las tipas y plátanos. Todo sigue su curso en la estancia donde el tiempo parece haberse detenido y los visitantes disfrutan del más puro elogio a la paz.




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Fotos: Sandra Yavícoli

via:www.revistajardin.com.ar

www.estancialapaz.com

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